
Gastronomía
¿Antiguas recetas de tierra inspiradas por Augusto y Tiberio o dietas de autor a base de pescado y ad usum Grand Tour? Sobre los orígenes y los préstamos de los habitantes de Campania de la cocina capriota se han versado ríos de tinta. Riachuelos ya secos, secados por el sol: los hechos dicen que desde la noche de los tiempos es la romántica belleza de Capri la que da el sabor a la cocina y no viceversa. Es la mágica prospectiva sobre los farallones la que equilibraba las notas de la más vigorosa ensalada partenopea, como lo es la mirada sobre la mágica via Krupp la que dosifica las insaciables ganas de los más apetitosos ravioli rellenos.
Es la íntima armonía de la Placita la que endulza la más nórdica tarta de almendras, y son los senderos panorámicos desanudados por el monte Solaro, arrugas floreales de media costa, las que perfuman las más sabrosas cianfotte de habas y verduras. ¿Y los misteriosos menús consumidos por Rilke alla Yourcenar, de Totò a Godard, de Marinetti a Savinio? Todos endulzados y atraídos por un paraíso cromático y retenidos en la isla de las sirenas por olores que no se encuentran en otro lugar.
Entre lugares prodigiosos, arcanos y municipios, incluso el mordisco más sencillo se convierte en un perfumado peccato di gola. Y así Capri es un "infierno de místico azul". Las excéntricas fiestas celebradas por Jacques Fersen en los jardines de Villa Lysis y las cenas futuristas inventadas por Prampolini y Marinetti al Quisisana son sólo los ecos seductores de lejanos susurros capriotas. Cómo los totanos "pugnuti" de Malaparte, infiltrados en el claro de luna entre los gritos de pescadores excitados y agradecidos. Como las codornices de primavera doradas en la Cartuja por los monjes más golosos. Come los tiernos caciotte que guardaban "la virginidad de la leche" para el placer de Gabriele D'Annunzio y como el seco vino blanco de Anacapri, emigrado incluso a la tierra de los gauchos, que fue alcohólica musa de Graham Greene y Norman Douglas. Y hoy los cálices de blanco aciduli y secos que sedujeron a Lenin y Gorkij brillan por todas partes entre agrios limoneros y olorosos arbustos selváticos.
Y acompañan las fantasías gastronómicas generadas por una constelación de chef y patrón atentos a los productos de una tierra deshidratada pero cultivada con tenacidad, ya sea a los frutos de una pesca históricamente generosa. La recuperación de las costumbres agrícolas constituyen los orígenes del digestivo limoncillo. Ahora las botellas artesanales del rubio elixir tiñen la isla de amarillo, pero hasta los años ochenta del siglo pasado se preparaba sólo en casa durante los días de fiesta disfrutando las cáscaras de los Femminelli exprimidos o, al máximo, regalado a los habitués de los restauradores menos astutos.
En la fresca cocina de Capri pasado y presente conviven, por tanto, dosificados como es debido. Para honorar una cultura gastronómica que ha hecho de la simplicidad su punto de fuerza: de esa "simplicidad que es difícil de hacer" naturalmente.